viernes, 12 de febrero de 2010

La división del alma


Los afilados ojos de ella, comparables a los de un halcón acechando a su presa, ahora translucían pánico a pesar de la fortaleza corporal que impregaba en sus gestos. Se alzaron hasta el, que derrotado yacía varios metros frente a ella postrado en el suelo de piedra oscura.

La amorosa luna les otorgó hacía tiempo el don de su compañía. Parecía un regalo eterno que podrían disfrutar, cuan errados fueron en sus previsiones.

Curiosa figura representada entre ambos, el gozoso de vida y haliento palpaba la piedra a sus pies sin ser capaz de separarse de ella, como un imán; ella, vacía de todo y próxima a su bien amada muerte, permanecía ien pie aferrada incapaz de arrodillarse ante su destino.

Las heridas que la piel, ya fuese viva o muerta, poseía fruto de cadenas forjadas a traición de sus propias familias, no eran comparables a las que nacían con el paso del tiempo invisibles y eternas, mucho mas profundas que cualquier marca por un objeto real.

El acumulaba ira, ella un dolor que nunca había sentido.

Permanecieron en silencio durante sus ultimos minutos en compañía, amandose unicamente con la mera presencia del otro.

Y una lagrima fue mecida por la lisa y fria mejilla, y un grito desgarrador surcó la calida garganta.

Y el sol en su regio trono desde el cual contempla a los mortales cada día, separó sus cuerpos por toda la eternidad. Y sus almas murieron.

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